Todos los ángeles caídos acaban viniendo a parar aquí.
Arrastran sus plumas.
Y, al salir de la iglesia,
no puedo evitar mirar con asombro los negros confesionarios
y anhelar sentarme en la penumbra de uno de ellos,
para escucharles cuchicheando a través de la gastada celosía
la verdadera historia de sus vidas.
viernes, 1 de febrero de 2008
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